Los regalos griegos
En los jardines del placer-poder el sueño se hace pesadilla y las utopías se convierten en distopías
. Por Gina Benvenuto
Publicado en Periódico Arte Al Límite

Ed. Nº 64, Noviembre 2010


"El Jardín de Todos"
acrílico sobre tela
140 x 180 cms. 2011

Los colores que usa Óscar Barra son como los de aquellas cajitas de acuarela de los útiles escolares. O como los colores de los tubitos de plasticina que todo niño alguna vez moldeó y cuyas torsiones el artista recupera en sus trabajos. Así es como se ven y lucen sus obras de acrílico sobre tela o de acuarela sobre papel.

Sus originales y fantásticas figuras de ensueño y pesadilla son un intento de exorcizar, separar, diferenciar el mal del bien, la culpa de la inocencia, la desesperanza de la esperanza, todos asuntos que parecen cohabitar en una mixtura amancebada donde no queda claro qué constituye al sueño y qué a la pesadilla.

Compleja, contradictoria y enigmática la naturaleza de su trabajo, como compleja contradictoria y enigmática le parece el alma del hombre. Un hombre paradójico, contrahecho y contradicho por las circunstancias de su historia que son las circunstancias paradójicas de su misteriosa y vulnerable naturaleza.

Su obra es satírica y laudatoria. Lujuriosa e inocente. La seducción es sentida como un regalo, pero como un regalo griego. Al artista lo inquietan las falsas apariencias, el disfraz. Los angelicales demonios son parte del imaginario onírico del pintor.

“El Jardín de todos”, refiere “El Jardín de las delicias” de Hieronymus Bosch y no sólo por su nombre. El pintor holandés se adelantó al surrealismo francés en cientos de años y es en esta corriente estética –el surrealismo- en la que se inscribe su trabajo.

Óscar Barra no sólo ensueña los miedos, culpas y búsquedas del niño. También paraboliza, irradia, extiende esa etapa del hombre a la sociedad toda. Una sociedad confusa, culpable e inocente como el niño que arrebata, previo puñetazo, el juguete a su compañero de clases.

En sus luminosos y alegres colores (cuya base es siempre un profundo negro) parece preguntarse cómo es que, pese a los dos mil años de historia cristiana y más de tres millones de años de historia del hombre sobre la Tierra, la sociedad ideal, humanizada (la utopía de Tomás Moro) no logra instalarse y el viaje del hombre hacia el entendimiento y control de sus propias fuerzas ocultas se ve lento, mínimo, en comparación con la velocidad en los inventos de la modernidad.

No hay un punto de vista. La perspectiva desaparece. El universo conocido también y emerge el “multiverso”, aquel donde se despliegan los múltiples cruces y divergencias de las cuales habla Jorge Luis Borges en su cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan”.

¿La utopía o la distopía? Ambas. La primera como deseo y aspiración, la segunda como una realidad próxima y amenazante. La distopía es una anti utopía o utopía perversa descrita en diversas obras del género fantástico (que conoce Barra) y que cuentan la vida en sociedades deshumanizadas y totalitarias donde reina la confusión, el materialismo y el aislamiento.

El surrealista fantástico Oscar Barra se topa a diario con el anti surrealista Paul Claudell; la calle donde vive y trabaja lleva el nombre del converso poeta católico.